Martilleos, luces
titilantes y destellos en la noche. Sombras sutiles que danzan y juegan a
imitar los desesperados movimientos de su dueño.
Una quimera encerrada,
nauseabunda de ira y soledad, llena de una pasión fermentada que es suplantada
por el odio eterno de un encarcelamiento infinito.
Aún así la bestia continúa
incesante dentro del perímetro que la limita, que la mantiene presa sin derecho
a libertad alguna, que la seca desde lo más profundo de sus entrañas y la
obliga a podrirse en el desconsuelo inquebrantable de una traición.
Permanece inquieta sin
dejar de maquinar una venganza lenta y de tierno sabor, que le permita el goce
luego de tanto dolor... Hasta que los recuerdos vuelven a martillar en su mente
desolada, desnuda de otro pensamiento que no sean los que se producen debido a
la estancia que sobrelleva por tanto tiempo.
Mas cada recuerdo es como
una daga que entierran en su espalda, dejando al ser delirante de pena y
pidiendo a gritos retroceder las eras para volver a amar y a ser amada por
quien ella tanto apreciaba.
Lentamente la frustración
desentona y se suaviza con el sordo eco de su respiración, volviéndose mansa,
inundada por el perdón hacia él. Porque nada le importa más que él, porque lo
libera de toda culpa debido al cariño casi tangible en cada borroso retaso de
memoria.
Una y mil vidas por él,
hasta que la demencia la atormente otra vez para perturbar sus sueños y la
traiga de vuelta a la realidad.
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